jueves, 27 de enero de 2011

Día de despedidas.


Sí, hoy y por fin hoy me he decidido a escribir.

Hoy ha sido un gran día. Ha sido un día horrible, agobiante, estresante, feliz y triste a un mismo tiempo: el día de las despedidas.

Acabo de llegar después de este gran día y lo primero que hago es quitarme las botas que siguen mojadas después de pasarse todo el día lloviendo. Voy al baño y cuando salgo me como una galleta. Una simple cookie de la marca Casino, que por el simple de hecho de ser de esta marca ya no la hace tan simple.

Desde que he abierto la puerta de casa y he visto lo vacía que se está quedando poco a poco mi habitación, he pensado que tengo unas ganas locas de escribir y que hoy es el día.
También puede ser porque tengo tantos sentimientos dentro de mí que siento que van a estallar y me gustaría cuando esto pasase, quedara reflejado en algún sitio y que mejor cosa, que ponerme a escribir.

Ayer quedé con Hélène. Mi mejor amiga francesa. Sólo puedo decir que cada vez la quiero más y que la voy a echar muchísimo de menos. 

Fuimos a cenar crêpes. Y mientras hablamos de cosas absurdas y nos reímos, como hacemos casi siempre, la interrumpo para salir a fuera y así tener cobertura y llamar a Sonia. 

Cuando llego veo escrito en mi servilleta “souvenir des crêpes” y un corazón al lado. Le digo que qué tonta es y las dos nos reímos, hasta que me fijo bien y veo una carta con mucho escrito. Se me empiezan a saltar las lágrimas y cuando voy a cogerla veo que hay algo dentro. Un regalo. Unos pendientes largos preciosos. Me quedo sin habla y empiezo a leer la carta. Pero la carta es peor aún. Cosas del tipo « tu as réussi à trouver ta place dans mon petit cœur «  o bien «  tu fais partie de ce que j’appelle les Belles rencontres, celles dont on se souvient et qui font du bien » hacen que no sepa reaccionar. Me quedo en blanco y minutos después no hago otra cosa que agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

Esta mañana he despertado en otra casa y con mucho dolor de espalda. Ayer dormí en casa de Sonia. Sí, Sonia, que pertenece a un pueblo que se llama Catral y que como ella en algunas ocasiones dice de otras personas “es una bellísima persona”.

Ayer decidimos dormir juntas. Lo planeamos todo. Iba a ser una fiesta de pijamas genial. Solas las dos, para disfrutar de los que serían, por el momento, nuestros últimos momentos estando juntas. Compramos chucherías, cosas para picar, galletas…Una suma total de 14€.
Pero estábamos cansadas y la comida no nos entraba por ningún lado. Y como dos buenas amigas que saben todo la una de la otra y que no necesitan hablar de nada más, decidimos ver una película. Al cabo de 5 minutos, sin exagerar, decidimos acostarnos.

Y retomo lo que había dicho antes. El dolor de espalda. Nos vestimos después de tomar un rico batido de chocolate y bajamos las escaleras de madera apoyándonos en esas paredes de terciopelo rojo que indican que te encuentras en una “casa de abuelos”.
Y sí, por fin conozco a los que ella llama “sus abuelos”. “Bonjour Madmoiselle” me dice el abuelito y “Vous avez dormi bien?” dice su mujer.
Después de comentar lo increíblemente tiernos que son, decidimos irnos antes de que se nos haga tarde. 

Habíamos dormido poco, habíamos madrugado y los bostezos se escuchaban cada poco tiempo.
Vamos a la universidad, lo que se resume en más papeleo y cuando terminamos le acompaño a tomar su café. Y como no… “esta será la última vez que estemos en esta universidad”, dice una,” sí, pero piensa que al menos todos estos últimos momentos los estamos viviendo juntas”, dice la otra.
Comemos en mi residencia las sobras que nos quedan, es decir, unos tortelinis esmirriados y tres escasas lonchas de pavo.

Me ayuda a embalar la caja que debo llevar a correos para enviarla a España. El problema es que tenemos que llevarla hasta correos, que pesa casi 20 kilos y que además de la caja tenemos que llevar una maleta y numerosas bolsas que nos han sobrado a María, a Sonia y a mí y que vamos a dar a Patricia, que para eso se queda todo el año.

Llamamos a un taxi para llegar hasta allí. Risas y más risas del trajín de maleta, bolsas y caja.
Llegamos a correos y tengo que dar una descripción detallada de lo que llevo exactamente en la caja. Y nos surgen dudas de vocabulario y nos bloqueamos. Llamo a Patricia. Todo solucionado. Dejo la caja y volvemos a coger otro taxi hasta casa de Sonia para que ella coja también las cosas que debe dar a Patricia.

Pasa una hora lenta, para mí, pero no para Sonia, que está hablando con sus amigas de lo bien que se lo van a pasar en Disney Land París en unos días.

Quedamos por fin con Patricia y vamos las tres, cargadísimas, en bus hasta su casa. Dejamos las cosas y me da un dibujo que ha hecho François, el niño pequeño al que cuida. Me lleno de alegría al ver que soy “La princesse Patricia” y que voy de la mano de “Le prince François”.    
Poco después cortamos una cinta azul que hemos comprado y nos lo ponemos a modo de pulsera. Nuestra pulsera de la amistad. Cojo la pulsera que será para María y me voy a mi residencia. No tengo paraguas y llego calada, pero que más da, al fin y al cabo “este será el último día en el que vaya andando sola por estas calles”.

Llego a mi resi, paso la aspiradora, hablo con mi madre y me ducho. Todo en ese orden. Bajo a cenar, hoy hay cena japonesa. Miedo me da. Por cena japonesa entiendo arroz mezclado con trozos de pollo y un yogur de limón que inmediatamente cambio por uno de vainilla.

Ceno con Clélia, Sophie y Bérangère que acaban de terminar de organizar la fiesta que habrá minutos después en la residencia para despedir a la que gente que se va, ahí estoy yo.
Nos dirigimos al salón y veo mogollón de comida y mogollón de globos por todas partes. Al principio casi no hay nadie y luego se empieza a llenar.

Todas nos hacemos fotos y más las japonesas, claro está, bailamos y comemos durante unas cuantas horas. Cada extranjera tiene que buscar el globo que ponga su nombre. El mío es rojo, pone PATRICIA y debajo un ¡Viva España! con un corazón. Es genial. De pronto Laura, mi mejor amiga de la resi que habla perfectamente español y que le encanta todo lo relacionado con nosotros, de hecho se ha puesto en el facebook el apellido de “García”, nos manda callar a todas y empieza a decir de parte de todas las francesas que ha sido un placer habernos conocido, que se lo han pasado genial con nosotras y que es una pena que nos vayamos. Nunca he hecho tantos esfuerzos para no llorar.

También dice que nos van a dar una cosa a cada una de recuerdo. Nos llama una a una. Yo soy la primera. La gente aplaude y todo el mundo me dice que diga unas palabras. No puedo decir nada, porque noto que se van a escapar las primeras lágrimas, así que me limito a hacer un gesto con la mano como queriendo decir “ni hablar”. Todo el mundo se ríe. El detalle es un sobre con una dedicatoria de mi directora y otra de Laura y dentro del sobre hay una foto que salgo con algunas de la resi y con mis amigas. Salgo espantosa, pero da igual.

Cuando terminan de repartir los sobres, sólo se sigue oyendo como una japonesa llora, hasta que deciden poner música y hacer como si nada pasara, pero segundos después viene Laura a decirme si me ha gustado. Le digo como puedo que sí, nos abrazamos y me pongo a llorar como una magdalena. Me voy al baño e intento controlarme.

Vuelvo y decido hacerme fotos con todas las que están allí. Bailo un poco y me voy a la calle, a un bar que es donde hemos quedado con los otros Erasmus para despedirnos definitivamente.

A todo esto, recibo un mensaje en el móvil de Maye. Ayyy cuánto la estoy echando de menos, nadie se lo puede imaginar…

Me encuentro con Sonia por el camino y como siempre la pido perdón por llegar tarde, a su vez nos encontramos con Rossella, la guapa italiana, y con otra amiga suya italiana. “He venido solo para despedirme”, nos dice. Entramos al bar y nos encontramos a David, a Hannah y a Cathy sentados al fondo. Nos sentamos con ellos. Nos hacemos fotos, nos preguntan a Sonia y a mí si nos queremos ir, si estamos tristes, etc. A Sonia le firman una camiseta, a mí en un papel. Me tomo la que será “mi última Mónaco” y escucho lo que será “la última vez que esté tan bien rodeada en este ambiente en el que me siento tan feliz”. Se escucha hablar español, inglés, italiano y francés. Y como siempre hacemos por entendernos y nos reimos y nos lo pasamos bien, que digo, muy bien, bueno, genial. 

Rossella se va y me dice que puedo ir a su casa de Italia cuando yo quiera, que me lo dice en serio, que estaría encantada y nos deseamos que nos vaya genial en el futuro. Tiempo después se van Hannah y Cathy. Hannah me ha dicho que cualquier trabajo que deba entregar o dudas que tenga de  inglés que ella me puede ayudar. Yo le he dicho exactamente lo mismo con español. Cathy me ha dicho que tiene muchas ganas de ir a Madrid para salir mucho de fiesta conmigo y con María y que me va a echar mucho de menos.

Entra Manuela bastante borrachilla y Juanma y nos animan a irnos al bar de al lado. Vamos y nos encontramos con nuestras nuevas amigas valencianas. Estamos un rato hablando y haciéndonos entender, ellas, Sonia, David y yo. 

Patricia y Manuela se van. De Patricia aún no me voy a despedir, aún me quedan días y de Manuela sí que me despido. Me dice que ni me plantee ir a la feria de Sevilla, que ella estaría contentísima si yo fuera y que de verdad es una pena habernos conocido tan tarde.

Decido irme porque mañana tengo que madrugar para buscar a mi madre al aeropuerto. Y en ese momento, no es de extrañar, David me dice que cómo me vuelvo a casa. Le contesto que sola y andando y me dice que vale, que entonces que me acompaña a casa porque no le gusta que las chicas vayan solas a casa. Nos damos uno y mil abrazos. Demasiado pocos me parecen para el mucho cariño que le tengo. Juro que nunca conoceré a una persona tan buena.

Pero las valencianas se ofrecen a llevarme en coche y a la vez convencen a David para llevarle a su casa también. Le dejan primero a él, así que me bajo del coche y le doy el abrazo más grande que le puedo dar. Sabemos que nos vamos a ver en Madrid dentro de poco tiempo.

Y poco a poco va llegando lo peor. Sonia.

Es el turno de dejarle a ella. Paramos el coche justo delante de su puerta. Nos bajamos todas y dejamos el coche ahí, en medio de la carretera. Las valencianas le dan un beso y de repente nos miramos como si quisiéramos decirnos ¡hasta mañana! , pero realmente no tenemos fuerza para ello. Ella empieza a llorar y la verdad es que todo lo que me he contenido esta noche, lo estoy llorando ahora mientras escribo.

Sólo decir que la quiero un montón y que aquí no termina esto. Más no puedo decir.

Y por último quedo yo. Las valencianas me dejan en la esquina de mi calle. Y otra vez igual, nos bajamos del coche en mitad de la carretera. Nos damos un beso y prometemos escribirnos porque son unas chicas simpatiquísimas. Las digo que las envidio mucho, ya que llegaron hace dos semanas, y que todo lo que he vivido yo, ahora lo van a empezar a vivir ellas.

El coche acelera y yo empiezo a entrar en la oscura calle que tanta seguridad me ha dado siempre. Paso por otra residencia, el patio del colegio del que todos los días se escucha el griterío de los niños jugando en el recreo, cruzo de acera, sin mirar, como he hecho siempre y abro la verja. Abro la puerta de la residencia, pongo una especie de colgante al lado de mi foto para que se sepa que ya estoy ahí, subo la escalera, llego al primer piso, me paro y me miro en el espejo y pienso “qué bonitos son los pendientes de Hélène”, abro la puerta de mi habitación y me pongo a escribir. 

Y mi aventura acaba aquí. Se que me voy el domingo y que por tanto me quedan unos cuantos días para irme, pero evidentemente ya no será lo mismo. 

Muchas gracias a todos vosotros. Gracias gente Erasmus. Esto que llevo dentro es algo que jamás olvidaré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario